Nunca vuelvo a los apuntes de los talleres que hago.
Pero estos días volví a las anotaciones del último taller de poesía.
Había un insistencia de la palabra pliegue.
Las palabras pueden ser tan pesadas como un vendedor ambulante.
Tan persistentes, persuasivas, penetrantes como uno.
Ellas llaman a mi puerta y yo les abro. Les doy mi atención. A cambio recibo una o dos oraciones para juguetear durante un largo rato, a veces meses.
Volviendo al taller de poesía.
Para la primera clase leímos a Hebe Uhart. Los apuntes de sus clases.
En los míos tengo escrito: la literatura es lo particular, son los detalles *corazón dibujado*
Ese día conversamos sobre el observador y lo observado. La persona que escribe y el personaje escrito por la persona.
“Ahí, en ese momento, me despliego, aparece el “pliegue”. Eso sucede cuando yo me detengo a mirar qué tipo de bronca tengo, la examino, la defino con el fin de adquirir algún tipo de conocimiento de mí misma, que es lo que sirve para escribir”
Cada día procuro tener una mirada más elástica de las cosas y personas.
Si me estiro un poco más allá del límite, puedo acceder a nuevos ángulos. Puedo, como sugiere Hebe, profundizar en los pliegues de la vida cotidiana.
Conocí la disociación.
Ahora estoy conociendo el desdoblamiento.
El alma sale y vuelve al cuerpo como dueña por su casa.
Soy una espía de mis procesos.
El aspecto fascinante de vivir en una alternación constante entre la primera y tercera personal del singular es que el mundo exterior también multiplica sus aristas. Me intriga y quisiera meter las narices en casi todos sus dobleces para investigar e inventar teorías sin fundamento científico más que mi propia observación de las circunstancias.
El concepto de Hebe me hace acordar a los imanes lenticulares de los noventa. Según como movías el objeto, veías una imagen u otra.
No había descubierto un concepto tan virginiano como “el detalle resplandeciente” hasta que leí el libro de Bobette Buster sobre storytelling.
Muchas personas asocian a los escritores solo con Géminis, lo cual es acertado.
Pero hubo grandes figuras que no tenía ni una partícula de aire en su carta natal pero contaban con uno o varios planetas en Virgo — es el caso de Eduardo Galeano — y ese fue su recurso escritoril: la sutileza para leer los escenarios cotidianos y extraer secuencias significativas sobre las cuales tenían algo para decir.
A los escritores de corte mercurial bien les vale el dicho: donde pone el ojo, pone la bala.
En el libro, la autora sugiere incorporar un detalle resplandeciente a las historias que contamos:
”Elige un momento o un objeto cotidiano y conviértelo en un detalle resplandeciente que recoja y encarne la esencia de lo que estás contando. Convierte lo ordinario en extraordinario”.
Sin embargo, estos días estuve pensando en lo que dice Buster y preguntándome cómo sería identificar los detalles resplandecientes de mi persona, no solo de mis relatos, y vivir siendo una extensión de ellos. En un continuado resplandor de la «verdad interna».
Creo que gran parte de lo que me obsesiona (y siempre lo ha hecho) es agrietar las membranas de la conciencia y descubrir el para qué me interesan las cosas que me interesan o por qué pienso lo que pienso. Cuál es el origen de mis convicciones, pulsiones y contradicciones.
Deriva.
Otra palabra que tengo anotada en los apuntes del taller.
No leía a Barthes desde la facultad.
Entre comillas: El texto sigue sus propias ideas, no tiene las mismas ideas que yo.
Goce.
Gustavo (el profesor) dice que el goce no se planifica.
El poema no tiene que mantenerse amarrado.
La literatura es un territorio desconocido.
El placer del oficio es perseguir las pistas de un caso que nadie me pidió resolver, pero aún así me lo tomo a pecho como si fuese Sherlock Holmes.
El móvil que me mantiene en vilo durante horas, días o meses son inquietudes ocultas en la corteza de la experiencia humana. Incapaz de distraerme, en lugar de ignorarlas, me dedico a su minucioso estudio.
A la hora de escribir, no tengo que justificar frente a ningún juez mi culpabilidad o inocencia por aquello que me obsesiona. No tengo que defender su valor.
Solo me corresponde ser una anfitriona a la altura de las palabras, conceptos, emociones e imágenes que acuden a mi puerta a diario.
Eso significa: recibirlas con trato cordial y disponible, hurgar más profundo en sus bolsillos y no dejarme impresionar por sus ondulaciones. El contenido del pliegue o del detalle resplandeciente necesita cierta grado de obsesión para adquirir la nitidez tan precisa del eureka.
Quien se entrega a la deriva evita el riesgo de perderse y a cambio se le revela, como por arte de magia, lo que no sabía que estaba buscando.
Preguntas maravillosas para el lector
¿Cuáles son tus obsesiones más recientes?
¿Qué detalle resplandeciente te hacer ser quién sos?
¿Qué descubriste de vos mismo después de un periodo de deriva?




